miércoles, 31 de julio de 2013

AVENTURAS Y DESVENTURAS DE UNA FAMILIA INTERCULTURAL 2: EL RAMADÁN


Cuando el Califa llegó a mi vida, como suele suceder a cualquiera que se empareja, muchas de mis costumbres y rutinas se vieron alteradas, modificadas y también enriquecidas. Y no puedo quejarme, puesto que para él el cambio fue mucho mayor. Al fin y al cabo, yo seguía en mi país y con mi gente y dentro del universo cultural con el que siempre había mantenido esa dialéctica de amor/odio que todos en el fondo sentimos hacia nuestras raíces y tradiciones, sin embargo él, por seguir a mi lado, había dejado atrás tierra y familia, realidades ambas que soy consciente le son muy queridas.


Pero yo sé que para mi Califa, lo más difícil y lo que más añoranza le produce es no estar en Marruecos el mes de Ramadán. Allí durante este periodo el ritmo de vida se altera. No es que se deje de trabajar o se den vacaciones escolares todo el mes, pero tanto el horario de trabajo como el de estudios se adaptan a las circunstancias que el ayuno impone. Así, en Tetuán, antes de la alborada, por las calles de los barrios pasa un tamborilero que va avisando a los vecinos de que se inicia la jornada y les queda poco tiempo para tomar los últimos alimentos antes de que el sol con su salida de comienzo al periodo de ayuno. Durante el día en los espacios públicos no veremos a nadie comiendo o fumando y todos los establecimientos como restaurantes y cafés permanecen cerrados. La vida se desarrolla normalmente, los mercados y zocos rebosan de gente que se abastecen de productos alimenticios que ni siquiera prueban y, salvo esa abstinencia, nada es diferente a otros días. Pero a la caída de la tarde en el momento en que las salvas de cañón que se disparan desde la parte más alta de la ciudad, calles y avenidas quedan desiertas, los comercios cierran y las pocas personas que no están en sus casas transitan apresuradamente. Es la hora de romper el ayuno y, salvo fuerza mayor, no se debe demorar este momento por lo que las familias están reunidas tomando la nutritiva harira que se acompaña de dátiles y shubbakías. Pero la ciudad no está desierta por mucho tiempo. Pasada una media hora las calles, iluminadas con festivas guirnaldas de luces, rebosan de gente, las mezquitas se llenan de fieles, abren cafés y restaurantes, y el paseo de la avenida se colma de jóvenes y menos jóvenes. Ha llegado el momento de visitar a amigos y familiares, de compartir cenas y de que los amigos se reúnan a pasar la noche entre vasos de té. La ciudad, normalmente solitaria después del último rezo, retoma su animación hasta bien entrada la madrugada y todo aquel a quien las obligaciones no se lo impiden vuelve a casa casi a la hora de retomar el ayuno.

Sin embargo aquí nada indica que ha llegado este mes y cuesta más entrar en esta energía.  En los primeros años de nuestra convivencia, yo compartía con el Califa el ayuno (una experiencia que puede resultar muy enriquecedora) y comprendo que es muy difícil centrarse en él cuando alrededor nada anima a ello, pero también pienso que es otra forma de practicarlo, más espiritual e íntima, tal vez más de verdad, ya que, por otro lado, carece de la presión del entorno y nace de la libertad. Cierto es que el contexto poco apoya, pues, amén de indiferente, puede llegar a ser hostil, y que, sentimentalmente, es precisamente cuando llegan las fechas fuertes del año cuando más se echa de menos lo que se ha dejado atrás. Y es que, si lo comparamos con lo que significa sentarse alrededor de una mesa con familiares y amigos después de haber esperado todo el día ese momento,  no deja de resultar triste comer en solitario y casi a escondidas unos dátiles con prisas porque hay que volver al trabajo.

En casa, siempre que nuestras ocupaciones nos lo han permitido, durante el mes de Ramadán, el Emir, la Emira y yo, aunque no hiciéramos el ayuno, acompañamos al Califa a la hora del magreb para tomar la harira, pues a todos en casa nos gusta esta sopa tan completa y disfrutamos con los dátiles. Lo que no siempre tenemos son shubbakías, esos dulces parecidos a pestiños que ayudan a levantar el nivel de glucosa después del ayuno. Son una repostería de muy complicada elaboración y hay que tener manos muy expertas para que queden bien, además es una receta laboriosa y aquí la Sultana no va  sobrada de tiempo, ¡qué le vamos a hacer! Al menos puedo enorgullecerme de ser, a juicio de ciertos amigos del Califa, una de las pocas personas españolas que sabe preparar la harira como si hubiese nacido en la medina de Tetuán, que no es poco, pues  esa afirmación, teniendo en cuenta de quién viene y  lo bien que suelen cocinar muchas marroquíes (aunque hay otras que son un desastre, puedo dar fe de ello), la tengo que considerar  todo un halago.

La noche 27 del mes de Ramadán es la llamada Noche del Destino, pues la tradición dice que fue entonces cuando el Corán descendió al Profeta. Es una noche especialmente espiritual que los musulmanes pasan en oración, lo que llamaríamos nosotros una vigilia. El Califa algunos años ha pasado esa noche en la mezquita, cuando ha habido alguna cerca de casa, y ha vuelto al amanecer, pero en otras ocasiones le ha tocado vivir esa conmemoración en solitario.

El día que finaliza el Ramadán, que es tan incierto como el del comienzo, pues su determinación se basa en la aparición del Hilal, o cuarto creciente, constituye la fiesta llamada Aid al Fitr. Este día ya no se ayuna y en la mañana se va a rezar temprano a las afueras de la ciudad. Ese día el Califa tiene la costumbre de invitarnos a comer y de traer pastelitos y chuches a los Emires. A veces hemos comido con familias amigas y, ahora que los Emires son mayores y suelen tener tareas escolares o actividades, si no es posible, procuramos tener un menú especial en casa, al menos para compensar que no puede estar tres días de fiesta como cuando vivía en Marruecos.

Tengo que aclarar que, al ser lunar el calendario musulmán, sus festividades no siempre caen en la misma fecha del nuestro, sino que van rotando a lo largo de todo el año. Por eso, en el tiempo que llevamos juntos, hemos tenido Ramadán a principios de primavera, en invierno, coincidente a veces con nuestras celebraciones de la Navidad con rupturas de ayunos conjugadas con cenas de Nochebuena o Nochevieja, en otoño y, como ahora, en pleno verano, que son los más duros por las calores y tantas horas de sol.


1 comentario:

  1. hola amiga me a encantado tu blog, sobre todo este articulo sobre el Ramadán y tu califa .Querría compartir también mis vivencias parecidas a las tuyas .También mi califa lo pasa fatal lejos de su país y sus riquísimas costumbres lejos de sus seres queridos ,aguantado estas casi tres semanas de Ramadán en solitario ya que yo trabajo sobre todo de tarde .Esta madrugada bien temprano se me marcha para marruecos para no terminar sus días de ayuno en solitario ,y poder festejar el fin del ayuno con ellos .Con mucho pesar de mi corazón le veré partir ,no puedo acompañarlo por mi trabajo pero también entiendo que han sido 25 días muy duros para el ya que no tiene familia por aquí ,también tuve la suerte de acompañarle los primeros años de nuestra relación ,por desgracia por mi trabajo me es imposible disfrutar de la experiencia del ayuno .te saluda desde Huelva Josefa .Saida

    ResponderEliminar