sábado, 8 de diciembre de 2012

De esposa a mujer trabajadora.


"Pido permiso para mencionar por su nombre únicamente a cuatro personas que me han dado todo su cariño, su reconocimiento, sus ánimos y su constante colaboración. La primera de las cuatro es una montadora cinematográfica, la segunda es una guionista, la tercera es la madre de mi hija Pat, y la cuarta es la cocinera más excelente que haya obrado milagros en una cocina doméstica, y el nombre de las cuatro es Alma Reville. Si la hermosa señorita Reville no hubiera aceptado hace 53 años un contrato vitalicio sin opciones para convertirse en la señora de Alfred Hitchcock, es posible que el señor Alfred Hitchcock se encontrara en esta sala esta noche. Sin embargo, no estaría en esta mesa, sino que sería uno de los camareros más lentos de la sala. Quiero compartir este premio, como he compartido mi vida, con ella”.

Con este pequeño discurso el famoso director dedicaba el premio a su carrera a esposa, su compañera de trabajo y de vida. No es una historia sorprendente. Es sólo una de tantas historias de matrimonios que son un equipo perfecto y cuyo funcionamiento no queda relegado sólo a la vida doméstica, sino que excede de esta para abarcar la órbita completa de la vida ambos.

Cada poco tiempo vemos aflorar biografías semejantes, siempre con una coletilla parecida a "la mujer tras del hombre". Históricamente las mujeres han quedado relegadas a un segundo plano laboral pues ha primado su labor de compañera y madre. Este papel ha sido aceptado por muchas de ellas, que asumían sin ningún problema el anonimato social apoyando la carrera de su marido, aunque ellas fueran igual o incluso más brillantes que sus esposos. Por desgracia la mayoría de estas vidas inéditas salen a la luz después de que ellas nos hayan abandonado, incluso muchos años después de su muerte. Es imposible saber entonces si esa realidad tan dulcemente relatada de compañera feliz, inteligente, vivaz, y a la vez madre y ama de casa perfecta, había sido aceptada por la protagonista con plena libertad, o simplemente se había plegado a ella por no encontrar en la sociedad otra forma de expresarse.

Hoy en día, casi un siglo después de Alma Reville, cuyo apellido al menos no ha quedado en el olvido, muchas de nosotras seguimos viviendo esa dualidad de ser madres y amantes esposas, a un tiempo que profesionales y libres. ¿Deben ser dos posiciones antagonistas? ¿Podemos como Alma conseguir que todas esas mujeres cohabiten dentro de nosotras? ¿Es el único camino para la consecución del éxito en el matrimonio potenciar la carrera social masculina en detrimento de la propia? Difíciles preguntas cuya respuesta no es sólo nuestra, sino de la sociedad en su conjunto.

Mientras, debemos dar la gracias a esos compañeros, esposos, profesionales masculinos, que son capaces de reconocer la labor de sus mujeres no sólo dentro del ámbito doméstico, sino también ahí fuera, en la sociedad, como miembros iguales de pleno derecho.

El alma de Alfred Hitchcock

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