martes, 6 de noviembre de 2012

Los sonidos de tu pasado




De todos es sabido que el pasado de cada persona puede ser evocado muy fácilmente. Basta un olor, un perfume, o incluso el sabor de una magdalena proustiana mojada en el té para que ese momento, ese preciso momento y no otro vuelva a nuestro recuerdo, como si lo estuviéramos viviendo ahora.
Cuántas veces, paseando por la calle, ha venido a nuestra mente un recuerdo fugaz, sin saber cómo… y hemos deducido que quizá alguien ha pasado con ese aroma, o hemos visto una cara que nos recordaba a alguien… sea como sea, hemos vuelto a vivir esos sentimientos.

Pero no es sólo mediante la vista, el sabor o el olfato que recordamos. También el oído juega un papel importante. Y no sólo la música, como podríamos pensar, sino los sonidos, incluso los más  comunes, los más cotidianos, nos pueden llevar a ese jardín cerrado que llamamos nuestro pasado.

¿Cuáles son los sonidos que a mí me evocan momentos de mi vida? Hay uno muy marcado, mucho… tanto que trasciende de ser un sonido vulgar a ser una puerta comunicante con un instante precioso y único. Se trata del ruido que hace un coche al acelerar, pero siempre, para que esa conexión se produzca, necesito estar en la cama, de noche, en silencio. A veces puedo oír un coche a lo lejos, y sin embargo, la magia no se produce.  Y otras veces, no sé si será porque estoy escuchando con el corazón o porque lo necesito, que algo hace un clic en mi cerebro y de repente, no tengo cuarenta años y estoy acostada junto a mi hijo, sino que tengo siete u ocho y estoy acostada en mi camita, en casa de mis padres, en mi habitación, contigua a la de ellos y ese sonido me ha despertado apenas. Y me siento increíblemente segura y en paz. Sí, segura es la palabra. Segura. En paz. Tranquila. Arropada. Sé que mi madre y mi padre están en esa habitación y sé que sólo me bastaría alzar un poco mi voz para que acudieran presurosos.

 Es duro volver y darme cuenta que ese instante no volverá, que nunca volveré a ser niña y vivir en el dorado paraíso de la infancia. Pero entonces miro a mi hijo, a mi lado,  su cuerpecito adorado, sus largas pestañas sobre las mejillas, sus rizos en la frente y deseo, deseo con todas mis fuerzas que él se sienta tan seguro y amado como yo me sentía. Y la añoranza cede paso a la plenitud del instante presente.
Hay otro sonido que también me lleva a un instante en el tiempo. Se trata del ladrido de un perro en la lejanía. Decía Federico García Lorca que no había nada tan triste como el ladrido de un perro en el horizonte. A mí me lleva a un sitio de montaña, en mi juventud, con amigas, con familia… Curiosamente,  me lleva también a un instante muy seguro y feliz. Si escucho esos ladridos, puedo sentir el frío de la montaña, la oscuridad de una noche con estrellas, puedo estar con la misma compañía, una amiga muy querida y hoy ausente, puedo volver a ser joven y a pensar que la vida es un libro en el que escribir, todavía en blanco, todavía casi sin abrir…

Ahora, amparada en mis vivencias y en estos años que ya no pueden volver atrás, escucho los sonidos de mi vida y me doy cuenta de que estos tesoros pueden ser revividos en cualquier momento, muchas veces sin siquiera evocarlos. Alguien no hace mucho me dijo que yo tenía una impresionante paleta de recuerdos… “¿No lo tiene todo el mundo?” pensé yo en ese momento. Quizá no. Y por ello doy gracias cada día de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario